2 Jun 2011

LA PALOMA QUE SE CASÓ CON UN ELEFANTE

Erase una vez una bonita y delicada palomita que vivía en una confortable Casa Azul, en el país de los colores y de la luz. Era un pajarillo muy valiente, preso de su cama, con tan solo seis años y durante largos periodos de tiempo porqué la vida no sentía ninguna compasión hacia él.

Pasó el tiempo y tras superar una grave enfermedad, la palomita quiso dedicarse a la medicina. Pero desgraciadamente, volviendo a casa tras las clases, sufrió un tremendo accidente de tráfico, que la condenó al peor de los suplicios físicos y emocionales una vez más y con solo dieciocho años.

Así que empezó por pintarse a ella misma mediante un espejo que sus padres le habían colocado en el dosel de la cama. La pintura era su evasión, el medio que la alejaba de su dolor: nunca pintaba sueños, tan solo su propia y cruda realidad. Fue así como empezó su biografía.

Pintaba bodegones, retratos de amigos, parientes y familiares, esperando su recuperación, esperando el momento de abandonar la cama y vivir como el resto de las palomitas del mundo, sin embargo su cuerpecito tuvo que pasar por treinta operaciones más.

Se recuperó contra todo diagnostico y se apunto a una escuela de arte, ya que la pintura se había convertido en una necesidad vital.

Un día vio un enorme elefante que estaba pintando un mural precioso y se quedó fascinada por aquel animal “más grande que la vida”. Él era alto, fuerte y corpulento; era todo lo que ella quería ser…

El elefante era un conocido pintor y ella le enseñó sus pinturas y bocetos. Aquella enorme  bestia vio su talento y lo brillante que era y la animó a seguir pintando, pues sus obras eran diferentes, surrealistas y femeninas.
Se enamoraron y se casarón al cumplir ella veintidós años, pero no fueron felices ni comieron perdices…

La historia de la paloma y del elefante no es un cuento de hadas; es la historia de Frida Kahlo y de Diego Rivera. Frida era una hermosa y exótica mujer mejicana y Diego un gigante corpulento que le llevaba casi veinte años.

Pocos seres humanos han pasado por el horror físico y emocional que ella soportó; una espalda y una pelvis rotas que le impedirían llevar a cabo sus embarazos.

Por esta razón siempre ponía un mensaje de dolor en sus cuadros. Se describía como una mujer rota, no como una enferma y cuando se le preguntaba por qué se auto retrataba tanto  contestaba: “… porqué estoy sola muy a menudo… porqué soy la modelo que mejor conozco.” ¡Qué contundente, claro, triste y cierto!

Su matrimonio con Diego Rivera la convertio en un icono feminista y empezó a llevar prendas mejicanas y una bisutería exótica. Los hombres la deseaban y las mujeres deseaban ser ella. Era brillante, hermosa, racial, apasionada, una fumadora empedernida, una bebedora de tequila, una cantante de canciones picantes, una contadora de chistes verdes, bisexual y una adicto a los sedantes.

Pero su unión no fue de color rosa y Diego le era infiel. “Es solo sexo, como un apretón de manos, ¡nada más!” solía decirle él. Pero descubrir que Cristina, su hermana pequeña, era la amante de Diego, fue insoportable para ella y se divorció de él, dando rienda suelta a su ambigua sexualidad.
“Sexo, un baño, y vuelta al sexo” se convirtió en su nueva filosofía.

Sin embargo la fatalidad la  golpeo  nuevamente. Una gangrena se llevó su pierna derecha que fue amputada por encima de la rodilla, atándola a una pata de palo y una silla de ruedas de por vida.

Diego volvió con ella y se casarón por segunda vez, con dos condiciones: “Nada de sexo y nada de dinero”.
Frida ya era por entonces una pintora conocida; era Frida Kahlo, no la Señora de Rivera.

Una embolia pulmonar se la llevó a los 47 años; corrieron rumores de suicidio que no se confirmaron jamás.
Guardan sus cenizas en una urna mejicana en la Casa Azul, su museo y su casa.
“Quemad mi cuerpo. No quiero ser enterrada. Me he pasado demasiado tiempo acostada… ¡quemadme!”

¡Y la paloma fue libre por fin!
“¡Vuela paloma, vuela!”


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