20 May 2011

EL VECINO...

Tenía pensado escribir algo diferente hoy, pero es entonces cuando recibimos la llamada…
Es bien sabido que en las grandes ciudades la gente solemos cruzarnos día tras día sin ni si quiera saber cómo nos llamamos, saludando con un simple “hola” y una sonrisa. Este fue mi caso con él.

Residía con su familia en el edificio contiguo al nuestro, éramos incluso vecinos de parking, un coche al lado del otro.
Su presencia se me hizo familiar, hará algo así como unos seis años, cuando reparé en él y sus muletas, intentando caminar en el paseo donde vivíamos ambos.

Era alto, bien plantado y robusto, entrado ya en los cincuenta, distaba mucho de ser sociable, pues siempre que podía evitar saludar lo hacía, pero supo desde buen principio que su carga era de las que pesan mucho.
Se convirtió en “el vecino” para nosotros, este fue su apodo cada vez que hablábamos de él.

Pasaba la mayor parte de las mañanas andando arriba y abajo, abajo y arriba, descansando de vez en cuando en un banco bajo los árboles, apoyándose en sus muletas, cabizbajo, sin mirar a la gente, con la mirada fija en sus largas piernas.

Habríais notado, como lo noté yo, que algunas veces se sentía avergonzado por ser tan alto, pues es difícil ignorar la gente alta, pero él seguía andando arriba y abajo, abajo y arriba, dejando tras él un delicado perfume masculino.

Era inexpresivo, jamás ni una tímida sonrisa en los labios, siempre deambulando solo sin la compañía de un amigo, de su mujer o bien de sus hijos. Tan solo me limito a hacer una observación, no es ninguna critica, pues era sin lugar a dudas un hombre muy orgulloso para mostrar cualquier debilidad.
Así es que me acostumbre a él con el paso de los años, hasta convertirlo en algo tan habitual que ni si quiera me percate de que había dejado de andar.
Estas cosas pasan en las grandes urbes, en un vecindario de veinte familias, estas cosas, que triste, son muy normales hoy en día.

Un tono de llamada en el móvil de mi marido – él es el presidente de nuestra comunidad de vecinos – nos informaba de que acababa de fallecer, silenciosamente y con su exquisita discreción.

Me siento mal desde entonces y tengo que hacerle la reverencia por haber jugado todas sus cartas, por haber luchado como un jabato durante seis años, para derrotar a esta maldita mierda de enfermedad llamada cáncer de huesos… ha perdido.
Me siento terriblemente mal, tal vez hubiese podido compartir más que un simple “hola” y una sonrisa, tal vez hubiese podido decirle: “Hola… que día más hermoso. ¿Qué tal te encuentras hoy?”



THE NEIGHBOUR

I was planning to write about something else today, but then we got this phone call…
You know in big cities people can come across each other day after day without knowing our names, just saying “Hi” and smiling. This was my case with him.

He was living with his family in the building next to our, we even shared the same parking spot, one car close to the other.
His presence became familiar to me, six years ago, when I saw him with his crutches trying to walk along the square where we both lived.

He was tall, handsome and stout, on his early fifties and far from being the talkative kind as he always avoided saying “Hello” if he could, but I knew from the very beginning that is burden was a heavy load.
He became “the neighbour” to us, that was his nick each time we talked about him.

He used to spend the whole morning walking up and down the street, resting from time to time on a bench under a tree, leaning on his crutches now and then, crestfallen, without looking at people, keeping his eyes on his long legs.

You will have noticed, as I did, that sometimes he was feeling ashamed for being as tall as one could hardly ignore tall people, but he just kept walking and walking and walking, up and down, up and down, leaving behind him a delicate men’s fragrance.

His face was expressionless, hardly a smile on his lips, always walking lonesome without the support of a friend, his wife or his kids. This is just an observation not a statement, as he surely was too proud to show weakness.
And as years went by he had become an usual presence, so usual that I didn’t even notice the fact that he was not walking anymore.
We know those things happen in big cities, in a neighbourhood of twenty families, those things, how sad to say that, are pretty normal nowadays.

A ringtone on my husband’s cell phone this morning – he is the president of our residents’ association – informed us that he had just passed away, silently with his exquisite discretion.

I’m feeling sick till then and I have to bow as he played all his cards, he fiercely fought for six years to defeat that bloody shit called bone cancer… he lost.
I’m just feeling terribly sick. I might as well have shared a little more than just a short “Hi” and a smile, I might as well have said: “Hello… what a beautiful day. How are you doing today?”