Existe gente a la que le encanta mirar las estrellas de noche cuando el cielo se pone su brillante manto azul oscuro.
Otras, como yo, son especialistas en ver las estrellas a plena luz de día, cuando cualquier cosa te golpea la cara, la cabeza, te machaca los dedos de los pies, o bien la cadera mediante insignificantes objetos como puertas abiertas, muebles o incluso señales de tráfico para nombrar unos cuantos.
Mi lista de estrellas de día es muy extensa y no voy a ponérosla por escrito pero tenéis que creerme cuando afirmo que soy una experta, tal vez la mayor experta mundial. Soy realmente una especialista fuera de serie. Empecé de muy joven y he visto las estrellas en numerosas ocasiones y en situaciones de las más raras. Solo añadiré que el resultado de mis visiones es tan obvio que puedo difícilmente esconderlo a menos que me ponga una bolsa de papel en la cabeza.
Puede pasarme en cualquier sitio, en cualquier momento, algunas veces incluso de noche, pero siempre de forma inesperada para decirlo de alguna manera. Sin lugar a dudas el efecto sorpresa es fundamental, lo es todo.
Recuerdo en especial una noche de verano: fue una de las veces en que tuve una de mis pocas visiones nocturnas de estrellas. Teníamos amigos en casa pasando el fin de semana y al día siguiente íbamos a asistir a un enlace muy glamuroso. Estaba exultante y tenía muchas ganas de asistir a esta boda, ya que me iba a poner un vestido precioso.
Todo iba de mil maravillas hasta que mi marido tuvo la brillante idea de levantarse en medio de la noche, sin encender la lamparita de la mesita de noche, para ir a beberse un vaso de agua fresca de la nevera. Así que el dormitorio estaba completamente a oscuras, y yo soy particularmente miope.
Me levante como una zombi, siempre lo hago, me dirigí como un autómata hacia el cuarto de baño, y volví a la cama. Mientras tanto mi marido había hecho lo mismo, así es que llegamos ambos a nuestro lado de la cama al mismo tiempo. Una sincronización perfecta. Fui la primera en tumbarme haciéndolo hacia el lado derecho justo cuando mi marido lo hacía hacia su lado izquierdo. Y de repente tuve la más maravillosa, la más sorprendente, viva y coloreada visión de mi vida. Me caí en la almohada golpeándome la parte trasera de la cabeza contra la cabecera de hiero de la cama al mismo instante en el que mi marido me golpeaba la ceja izquierda.
No existen palabras para describir los fuegos artificiales, la visión tan chispeante, el brillo de los colores y la fuerte intensidad del choque de nuestras cabezas.
Incluso vi los pajaritos que salen en los dibujos animados.
Mi marido no es humano, no tiene huesos como las demás personas, no, mi marido está hecho de acero. Le llamo “Iron Man” desde aquella noche.
Tengo que añadir que la visión que tuve fue de tal intensidad que no pude ni pronunciar palabra, ni un solo gruñido. Andaba pérdida total entre mis estrellas y mis pajaritos cantando y girando en círculos sobre mi cabeza.
Fue mi marido él que se dio cuenta de lo que había ocurrido y sorprendido por mi silencio, encendió la luz gritando: “¡Por Dios! ¿Qué ha sido esto? ¿Estas bien? Contesta…”. Pero no podía hablar, así que me puse las gafas, salí disparada hacia el cuarto de baño, cogí una toalla mojada y me la aplique sobre el lado izquierdo de la cara.
La consecuencia del choque ya se estaba viendo; mi ojo izquierdo estaba hinchándose muy rápidamente y yo me puse a chillar.
Obviamente todo aquel barrullo despertó a nuestros amigos que entraron en tromba en nuestra habitación con el ánimo de ayudar y de prestarme socorro.
Mi ojo se estaba poniendo morado por segundos y mi ceja me daba el aspecto de un boxeador. “Mierdaaaa!”. ¡Mañana iba a estar de fabula, esplendida, ya lo presagiaba! ¡Iba a ser un gran día! Pero todo el mundo se empeñaba en decirme: “Vamos, si no es nada, NO HAY para tanto, ya verás cómo se te pasa, ponte esta pomada que hace verdaderas maravillas”. ¿Qué más podía hacerse? Nada de nada, así es que nos volvimos todos a la cama. ¡Menuda noche!
Al día siguiente cuando pude abrir “mi ojo” el desastre se confirmo. Lo presentía. Me dirigí lentamente hacia el cuarto de baño y me mire con pánico en el espejo. La pomada había hecho milagros pero ¡No en MI CARA!!! Era la hermana gemela de Rocky: el puente de mi nariz estaba tan hinchado que mis gafas flotaban sobre él. Mi camaleónico ojo izquierdo estaba ya de un bonito tono rosa violáceo y la boda era a las seis de la tarde!!!
¡Genial!!! Por lo menos podría envolverme la cara con un velo negro con una pluma ladeada para darle un toque más chic.
No vale la pena decir que la casa entera se partía de risa al mirarme… y me pasé el día entero renegando, persiguiendo a mi marido con la seria intención de matarlo: “Ni se te ocurra acercarte a mí, ni se te ocurra… ¡NUNCA MÁS! ¡Aléjate de mí!”.
Y la boda era a las seis de la tarde… en mitad del mes de agosto, con un calor sofocante así que nada de velo negro… mis gafas flotando sobre mi nariz y sin poder ponerme las lentes de contacto. Era clavadita a una boxeadora… Quería fundirme.
¡Pero el espectáculo siguió adelante! Nuestros amigos se casaron. Todo el mundo se lo paso en grande. El catering fue extraordinario, los caldos exquisitos y había un montón de gente guapa… y Rocky intentaba esconderse detrás de su melena, peleándose toda la noche con un mechón de pelo para esconder el lado moraooo de su careto…
MORALEJA: