La anciana lo miró con orgullo pero no dijo absolutamente nada. No estaba ni triste ni siquiera compungida, según él.
“Madre, ¿por qué? ¿Es cierto esto?”Pero ella no rompió su silencio, sus labios estaban sellados, tan solo cerró los ojos en un gesto de cansancio…
“¿Qué podía decirle? Es tan mayor, y seguramente hizo lo que creyó era lo mejor para mi… Ahora solo sé que no quiero mirar más el pasado. El presente y el futuro son maravillosos”.
Albert le dio sus apellidos y su nacionalidad a su niña y aquel año, por primera vez celebraron las fiestas navideñas, juntos en Londres como una familia más con nietos incluidos.
Llego el verano y reunió a todos sus mejores amigos, como lo hacía prometido, para presentarnos a su hija.
La fiesta fue inolvidable. R. era clavadita a su padre; eran como dos gotas de agua. Todo el mundo estaba feliz y todos nos lo pasamos en grande.El verano se fue. El se volvió a Londres con Carole y R. se volvió a Alemania.
Llegó el otoño y nos volvimos a encontrar con la pareja británica para cenar en un bonito restaurante en la playa. Éramos seis. Albert estaba estupendo, como siempre, y Carole estaba tranquila y poco habladora como siempre.
Fue la última vez que lo vimos con vida… Todavía no lo sabíamos entonces pero aquellos besos de despedida fueron los últimos.
Falleció el 9 de julio en Londres: Carole y él estaban con las manos entrelazadas.
Albert fue incinerado, respectando sus últimas voluntades y parte de sus cenizas fueron enterradas en su casa de campo en Inglaterra. El resto sería esparcido en el mar Mediterráneo…
Todos sus amigos españoles acompañaron a Carole y a su hija. Le dijimos adiós y lanzamos 39 rosas rojas al mar… Albert se fue navegando…El pasado nueve de julio, en el tercer aniversario de su muerte, Carole tuvo por fin la fuerza de volver a su querida Costa Brava.
Todavía lo echa de menos
Todavía está en nuestros corazones.Adiós Albert, te queremos.