Aquí va el primer capítulo:
Me parece que todavía fue ayer cuando nos dijo que deseaba presentarnos una persona muy importante para él, y con este motivo planeaba organizar una fiesta con todos sus amigos. Estábamos en verano, era el mes de agosto para más precisión.
Me sujetaba por los hombros, en un gesto que era muy suyo, cuando nos confeso a mi marido y a mí que desea presentarnos a su hija.
¡Fue un shock tremendo! Algo realmente inesperado, ya que por aquel entonces nos conocíamos desde hacía diez años y jamás habíamos oído hablar si quiera de ella.
Lo mire directamente intentando encontrar algo en sus ojos que confirmase el hecho de que se trataba de una broma, de que estaba bromeando, pero no, no era el caso, hablaba muy en serio. Así que solo pude repetir en un susurro “¿tu hija?”. Fue entonces cuando se nos acerco una sonriente Carole, su esposa durante 25 años. Albert le cogió la mano y añadió “Si, eso es, mi hija” y la preciosa Carole asintió.
Así que Albert siguió contándonos la historia de su hija.
“Tenía 18 años cuando me enamore por primera vez. Ella tenía diez años más y era nuestra recepcionista alemana en el hotel que llevaban mis padres en la playa. Estábamos locamente enamorados el uno del otro, nuestras noches estaban llenas de pasión y de risas, pero un buen día desapareció sin ninguna explicación, sin dejarme si quiera una simple nota.
Le pregunte a mi madre que había pasado, y me contesto que había decidido volverse a Alemania. ¡Aquello no tenía ni pies ni cabeza! ¡Aquello era imposible!!!
Tenía 18 añitos y mi mundo se hundió conmigo en el fondo del océano con su inesperada desaparición.
Terminé mis estudios, conocí a Carole, nos casamos y me fui de España para vivir en Londres, donde como bien sabéis seguimos residiendo.
El invierno pasado, el día antes de Navidad, sonó el teléfono y conteste yo. La voz al otro lado era una voz femenina. Mi interlocutora me hablaba en castellano. Empezó preguntándome si era Albert N., si mi cumpleaños era el… y si estaba llamando en Londres. Yo estaba sorprendido y mi curiosidad crecía con cada una de las preguntas que me hacía.
Nuestra conversación llego a un punto en que me puse algo brusco diciéndole que no me gustaban esta clase de bromas, que estaba invadiendo mi intimidad llamándome a casa y que exigía saber quién demonios era ella.
Se hizo un silencio al otro lado, tras el cual, me dijo en un tono alto y claro: “Soy R…, la hija de R… ¡y tu eres mi padre!”
Caí sentado en el suelo, incapaz de hablar, mareado y le colgué”