“Me pase horas y horas hablando con mi hija. Habíamos perdido tantas cosas por el camino. Teníamos tanto que contarnos.
Mirarla era como verme a mí mismo en un espejo. Su castellano era perfecto, sin ningún acento. Era tan mediterránea con su cabello negro, sus ojazos negros, su piel morena… ¡Era preciosa!
Me disculpe por haber estado ausente tanto tiempo de su vida. Le dije que desconocía totalmente su nacimiento y su existencia. Era incapaz de darle una explicación que excusase mi silencio y mi ausencia.
No había ninguna rabia, ningún rencor en ella; estaba tan feliz de haberme encontrado…
Carole y yo nos fuimos a Alemania para conocer la familia de R: su marido y sus dos hijos – mis nietos -.
No puedo encontrar las palabras para expresar cuan hermoso y doloroso fue aquel encuentro. Aún sigo sin poder describir mi estado emocional y mis sensaciones.
Tan solo me preguntaba ¿POR QUÉ?
¿POR QUÉ? Esta era la palabra clave de otro trozo de mi historia. Tenía que preguntárselo a mi madre – una anciana de más de ochenta años – y a mi hermano mayor.
Así es que Carole y yo viajamos hasta Barcelona.
Jamás olvidaré la reacción de mi hermano cuando le confesé que había conocido a mi hija. Se hundió en la butaca, abrió la boca para contestar pero fue incapaz de proferir si quiera algún sonido, mientras las lágrimas le recorrían las mejillas.
“Perdóname Albert. Por favor, perdóname. Madre y yo creímos que sería lo mejor para ti.
-¿Lo mejor para mí? ¿Durante 39 años? ¡Joder! Creo que me merezco más explicaciones ¿no crees?
-Ya sabes que Madre estaba muy disgustada acerca de tu relación con R. y que te había prohibido seguir viéndola. ¡Eras un crio, Albert! Tenias que terminar tus estudios y además ella tenía diez años más que tu. ¡Pero estabas tan enamorado de ella! Fue por esto que Madre y el tío S. le ofrecieron dinero para que abandonase el país: fueron muy generosos con ella, tienes que creerme”.
Tengo que añadir que mi madre enviudó cuando tenía doce años y que el hermano de mi padre era nuestro albacea.
Y mi hermano siguió diciendo: “Unos cuantos meses más tarde, Madre interceptó una carta dirigida a ti, donde R. te hablaba de su embarazo…”
Llegados a este punto de la conversación, estaba lívido y sin voz… ¡Mi propia madre y mi propio hermano, sangre de mi sangre, habían conservado el secreto todos estos años!
Estaba llorando y mi hermano también.
-Sigue por favor.
-Así es que Madre y Tío S. le mandaron más dinero rogándole que fuera paciente y generosa, pues te iban a contar la verdad al finalizar tus estudios…
-¡Sabes que no fue el caso! ¿Qué paso?
-Supimos que fue una niña, y nuevamente Madre apeló a la generosidad de R. suplicándole que la entendiese ahora que ella también era madre…
-¿Y? ¡Sigue por Dios Santo!
-Su correspondencia duró unos cinco años… más o menos, y entonces fue cuando Madre le dijo que tenías una nueva vida y de que no querías saber nada de tu hija… ¿Podrás perdonarme algún día?”
La autentica pregunta era: ¿sería yo capaz de perdonar mi propia madre?